TERESA DE ÁVILA Y SU TIEMPO
Teresa de Ávila (1515-1582) vive durante uno de los periodos
más atractivos y brillantes de la Historia de España. Nació un año antes de que
se unificasen, al menos nominalmente, los reinos españoles y murió dos después
de que Felipe II fuese jurado como rey de Portugal. La herencia materna y
paterna convirtieron a Carlos I (1516-1556) y a Felipe II (1556-1598) en los
monarcas más poderosos de su época
apoyados en un ejército experimentado en la Guerra de Granada y en las
campañas de Italia y financiados con el oro y la plata procedentes del Nuevo
Mundo y las exportaciones laneras hacia Inglaterra y los Países Bajos. Esta
implicación internacional y la de colonización de las tierras recién
descubiertas obligan a un continuo proceso de desarrollo tecnológico
(especialmente el naval y el armamentístico pero también el relacionado con las
explotaciones mineras) que se realiza en un momento en el que la cosmovisión
del mundo comienza a cambiar por las nuevas tierras que se están descubriendo
en África, América y Asia y por las nuevas concepciones astronómicas (Copérnico,
Sobre el movimiento de las esferas celestiales, 1543) que desplazan a la Tierra de su lugar central en el universo.
Este cambio también se manifiesta
en el campo de la cultura. Desde el siglo XV asistimos a una recuperación del
valor del individuo que se concreta en el movimiento conocido como Humanismo y
que hacia mediados del tercer decenio del siglo XVI gira hacia posiciones más
radicales como consecuencia de las alteraciones políticas y económicas que
comienza a padecer Europa y, especialmente, del cambio religioso que, si bien
tenía antecedentes en algunas de las ideas de Erasmo de Rotterdam (Manual
del caballero cristiano, 1503), fue radicalizado por Lutero (95 Tesis de
Wittenberg, 1517) y por Calvino (Institución de la religión cristiana,
1536). Europa quedará dividida religiosa y políticamente entre católicos y
protestantes tal como queda de manifiesto en la Paz de Augsburgo de 1555. En
España Cisneros había emprendido reformas religiosas que impidieron el
enraizamiento del protestantismo; en cualquier caso, la represión contra los
protestantes intentó ser ejemplar (Autos de Fe de Valladolid y Sevilla, 1559). Sin
embargo, la conversión, en la mayoría de las ocasiones forzada, de judíos y
musulmanes hizo que algunos cristianos nuevos manifestasen un celo religioso
que derivó en no pocas ocasiones hacia la mística y los convirtió en
sospechosos de herejía y objetivo habitual
para la Inquisición.
La arquitectura y las artes
también fueron sensibles a este cambio. Al equilibrado clasicismo del tránsito
entre los siglos XV al XVI (Miguel Ángel, Rafael, Tiziano) le sucedió un estilo
mucho más exquisito que huía conscientemente de una realidad que se había
vuelto más problemática: el Manierismo, que se recreaba en lo raro, en lo
extravagante, en lo irreal. En España el Plateresco purista (Alonso de
Covarrubias, Gil de Hontañón, Diego de Siloé) dio paso a un manierismo de raíz
viñolesca promovido por Juan de Herrera que se prolongará hasta bien entrado el
XVII. En escultura, la doble tendencia manierista, la florentina (más
preocupada por la estilización y la sinuosidad) y la romana (defensora de la
rotundidez de la forma) fueron cultivadas la primera por Alonso Berruguete y la
segunda por Juan de Juni y Gaspar Becerra. Y en pintura, con independencia de
las obras importadas de los talleres flamencos e italianos, a los continuadores
de los grandes maestros clasicistas, como Llanos, Yáñez de la Almedina , Juan
de Juanes o Navarrete “El mudo”, les sucederá el arte retardatario de Luis de
Morales o el alucinado de El Greco.
También la música, tan importante
para el mundo religioso y el profano, sufre grandes cambios. La polifonía y el
contrapunto son los elementos de los que se valen Desprez, Palestrina, Orlando
de Lasso y Tomas Luis de Victoria para misas y motetes pero también para
villancicos, madrigales y canciones.
Desde el punto de vista literario, el siglo XVI asistirá a la
consolidación de las lenguas modernas como vehículo artístico de primera
categoría. Aunque muchos intelectuales seguirán usando el latín (Tomás Moro, Utopía, 1516) otros, como Lutero se
convertirán en los auténticos creadores de su lengua natal con su traducción al
alemán de la Biblia. Los italianos llevaban ventaja; desde el siglo XIV ya
habían iniciado la recuperación de las humanidades y en el XV y el XVI dieron
el paso al uso de sus lenguas vernáculas como forma de adoctrinar política
(Maquiavelo, El príncipe, 1513) o
socialmente (Castiglione, El cortesano,
1528) a todos los europeos. Con la poesía, Pietro Aretino elevó el erotismo a
nivel de arte, al mismo nivel al que llega
Ariosto quien publicó la edición definitiva de su descomunal Orlando furioso en 1532. A manos de
Rabelais (Pantagruel, 1532, Gargantúa, 1534) el francés se
convierte de instrumento jocoso de crítica social y con Montaigne (Ensayos, 1580 ed. def.) en medio para
profundizar en la naturaleza humana. En Inglaterra se desarrolla,
fundamentalmente, el teatro con las plumas de Christopher Marlowe y William
Shakespeare, también notable compositor de sonetos.
En España, que durante todo el siglo XVI manifestó la enorme
influencia intelectual de Erasmo, el
cambio entre el XV y el XVI viene marcado por la publicación de la Celestina,
de Fernando de Rojas; a mitad del camino entre la novela y el teatro marca la
madurez de nuestra literatura. Boscán y Garcilaso aclimataron los metros
italianos a la poesía española que muestra su ductilidad para llegar a ser
adecuado vehículo para la mística a manos de Fray Luis de León o san Juan de la
Cruz. En prosa hay lugar para el realismo de los cronistas de Indias, el inicio
de la novela picaresca (El lazarillo,
1554) y los escritos autobiográficos y espirituales de santa Teresa.
¿Cómo destacar en medio de un mundo fundamentalmente
masculino no siendo una dama de la más alta nobleza? La fuerza de su voluntad
es lo que explica cómo Teresa de Cepeda y Ahumada puede recorrer los
polvorientos caminos de la península fundando convento tras convento que se
convertían en moradas de cuerpos y almas y construyendo a golpe de sandalia y
fe su auténtico camino de perfección. Beatificada en 1614 y canonizada (con Ignacio de Loyola,
Francisco Javier e Isidro Labrador) en 1622, cuarenta años después de su
muerte, fue la primera mujer (de tan solo tres existentes en la actualidad)
considerada como doctora de la Iglesia ya en la tardía fecha de 1970.
Y siempre como fondo Valladolid, corazón del imperio
hispánico, mundo abreviado, que alcanza en esos momentos su máxima expresión
cultural, artística e histórica a pesar de la marcha de la corte. La actividad
constructiva continúa levantando palacios, conventos e iglesias con edificios
tan notables como la inacabada catedral o la urbanización regularizada de la
zona comercial de la Plaza Mayor y sus aledaños después del gran incendio de
1561. La ciudad del Pisuerga se convierte, además, en el gran taller
escultórico de la mitad norte de España.
A todos estos aspectos queremos atender en nuestra exposición
que quiere conformar un puzzle en el que se pueda apreciar de forma nítida y con
el auxilio de todas las disciplinas que se imparten en nuestro centro un
panorama vívido de una época en la que, con todas sus contradicciones, bullía
una inconmensurable pasión por la vida.
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