DELICIAS. DEVENIR
GaBe Espacio Creativo
Comisariada por Carlos San Aldea y Arturo Caballero
Montaje: Carlos Sanz Aldea
I.E.S. Delicias, Paseo Juan Carlos I, 20 47013 Valladolid
Del 9 al 28 de marzo de 2018
Horario escolar y a petición
Delicias. Devenir es la primera exposición
colectiva de un proyecto que pretendemos tenga una continuidad temporal más
allá de la participación en el programa CreArt. En ella podemos comprobar la
evolución creativa de aquellos alumnos que eligieron la opción de cursar sus
estudios dentro del Bachillerato de Artes y que pertenecen a distintas
promociones del IES Delicias. Para esta
muestra hemos optado por contactar con alumnas y alumnos que durante su período
de formación mostraron un interés claro por cultivar su capacidad creativa en
diversos campos, ya sea porque su actividad se desarrolla en el marco de las
artes funcionales o bien en el terreno del “arte en su vertiente más pura”
alguno de los cuales han dado el salto, ya, a salas de exposiciones
institucionales y a galerías.
El año 1998 se autorizó al I.E.S. Delicias la
impartición del Bachillerato de Artes; siete años después, se inauguraba un
nuevo pabellón para estas enseñanzas que incluía una modesta sala de
exposiciones que durante ese mismo curso ya fue usada por dos recién licenciados
de Bellas Artes por Salamanca que habían cursado sus estudios en la cuarta promoción de alumnos de nuestro centro: Víctor Hugo Gutiérrez y Diego Arenales.
No era una trivialidad. Era una apuesta con una finalidad concreta. Se trataba
de realizar un seguimiento de los alumnos que titulaban en nuestro centro al
mismo tiempo que ofrecíamos un lugar sencillo y digno en el que mostrar sus
progresos.
En 2009 se bautizó el espacio expositivo con el
nombre de García Benito y en marzo de 2010 se inauguraba oficialmente con la
exposición García Benito en las
colecciones públicas vallisoletanas. A partir de ese momento, antiguos
alumnos del instituto, como Jonás Fadrique (2012), y reconocidos artistas de
nuestra comunidad han colgado sus obras en ella curso tras curso. En 2014 comenzaba
a impartirse el Bachillerato de Investigación/Excelencia en Artes, una de cuyas
alumnas más destacadas (Laura Reyes) se graduaba en estas enseñanzas no hace
siquiera un año. Nuestra muestra, además de los cuatro artistas citados incluye
las obras de Jimena Agra, Berta Santos, Rut Pedreño y Paula González que
también dieron sus primeros pasos formativos en nuestras aulas.
¿Más mujeres que hombres?
Sí. Porque esa ha sido la tónica de nuestros
estudiantes a lo largo de estos casi veinte años. Pero no ha existido ningún
criterio previo en esta selección. Sus nombres surgieron de forma natural entre
otros muchos que irán apareciendo en sucesivas muestras.
Decía Baudelaire que la crítica, para ser justa,
para estar fundamentada, debía ser “parcial, apasionada y política; es decir,
hecha desde un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista que abra el
máximo de horizontes”. No sé si las líneas que siguen van a ser políticas –ello
dependerá, en parte, de quienes las lean-
pero desde luego que serán parciales y apasionadas. Y lo van a ser
porque no me es posible distanciarme de las obras que voy a glosar ni de los artistas
que las han concebido y realizado puesto que forman parte de la propia historia
de las paredes de donde cuelgan.
¿Qué aportan estos jóvenes creadores a nuestra
experiencia estética? Pues un amplio abanico de tendencias. He apuntado en
otras ocasiones la dificultad de nuestros artistas por sumergirse en las manifestaciones
menos figurativas, siendo como ha sido la abstracción la conquista más
llamativa de la creatividad durante el pasado siglo, y es por esta razón,
además del naturalismo tan propio de nuestro ámbito cultural, por lo que el
realismo forma la base de lo que podemos ver en el GaBe. Pero ese realismo,
como veremos, no lo es al estilo de la recuperación de esta tendencia en los
años sesenta del siglo pasado.
Víctor Hugo
Gutiérrez, es un artista formado en Salamanca y de reconocida trayectoria
en el ámbito castellano y leonés (jalonada de diversas muestras colectivas e
individuales y premios y con obra en diversas colecciones nacionales). Además
de su primera muestra en nuestro centro,
a la que ya hemos aludido, realizó en 2009 otra a la que tituló Paraíso que era una reflexión,
extremadamente barroca y colorista, sobre nuestros paraísos pero también sobre nuestros
infiernos. No es casualidad que de sus
múltiples creaciones el artista haya elegido para la muestra Adán y Eva, cuyas figuras evanescentes se desdibujan en una especie de
Jardín del Edén pos apocalíptico.
Por
aquellos años, escribía sobre él: “El arte de Víctor Hugo no es fácil; tampoco
lo es la realidad que nos envuelve. Se hace cada vez más trascendente y se
aleja de lo anecdótico y lo superficial. En estos años se ha dado cuenta de que
la técnica es solo el medio; que lo importante es el concepto, la historia que
subyace en las aparentemente indescifrables imágenes, unas imágenes que muchas
veces nos resultan tan aleatorias como los naipes de un tarot que caen al azar
sobre la mesa; tan incomprensibles como la vida que aprehendemos de forma
fragmentaria cuando pasamos por la calle y cuyos indicios remiten a ignotas
realidades que nos inquietan vagamente y que de forma inexorable se transforman
en oscuras y brutales metáforas visuales generadoras de una poderosa y opresiva
sensación de inquietud, de misterio y de miedo”.
Aquellas palabras me siguen pareciendo válidas. La mirada del varón nos interpela directamente
con una actitud dominante mientras que nos es imposible interpretar los
sentimientos de la mujer aherrojada por un sadismo que impide su plena
realización como ser humano. En cierto
modo, los tradicionales papeles del asunto, la mujer causa del pecado de toda
la humanidad y el hombre víctima subyugada, han sido puestos en solfa en estas
perversas imágenes, que estuvieron presentes ya en la Sala de Exposiciones de
la Diputación de Palencia (2010) en una exposición que con el título de
Apocryphal Myths supuso todo un aldabonazo visual.
Después de Lebensraun,
en la Sala Calderón de Valladolid (2014), que supuso el punto final a su etapa
vallisoletana, Víctor Hugo está en la actualidad trabajando en Italia donde ya
ha realizado una primera exposición colectiva en el Palacio Crespy de Piacenza,
ciudad en la que reside, y donde está elaborando materiales para una próxima muestra
en Milán.
Diego Arenales, ha desarrollado una carrera semejante a la de Víctor Hugo a quien le une, además de una camaradería iniciada en nuestras aulas y continuada en Salamanca, una amistad que ha sobrevivido a tiempos y distancias. Pero una cosa son las relaciones personales y otra el arte. A pesar del realismo que puede encontrarse en el trabajo de ambos. Diego ha estado vinculado siempre a su entorno más inmediato, lo que ha condicionado su propia evolución como artista.
Cautivado desde siempre con la cultura juvenil (su manía
por los comics y por las figuritas “warhammer” estaba, probablemente, en la base de su interés por las artes
plásticas) pronto se interesó por la imaginería popular, esencialmente la
barroca castellana, que reinterpretó irónicamente en sus proyectos “Sanctus”, primero en
el GaBe (2008) -en el que colgó la Inmaculada
que sigue siendo para mí uno de los iconos más esplendorosos ideado por Diego-
y luego en la iglesia de Calvarrasa, Salamanca (2009). A partir de sus mártires
cristianos era lógico que profundizase en la Violencia con mayúsculas. Ambas convergieron en Apocryphal Myths que tuve el gusto de
prologar. Allí consigné. “Diego, como hizo hace cuatrocientos años Caravaggio,
ha optado por el naturalismo en su versión más cruda y lacerante. Es la
violencia de la sociedad moderna, ese mundo al que occidente rechaza asomarse
por miedo a verse reflejado en un espejo doméstico. Resulta obsesiva en él una
doble búsqueda del horror que se concreta, por un lado, en su extensísimo
archivo de hagiografía católica poblada de infinitas formas de sufrimiento y
muerte y, por otro, en la profundización en el terror que imponen de forma
cotidiana las bandas de narcotraficantes en Hispanoamérica y en Asia y la
violencia política y étnica desatada en Oriente Próximo e incluso en América y
Europa”.
Progresivamente se ha ido interesando por las
nuevas tecnologías aplicadas a la creatividad. Lo hizo patente en las obras que
se seleccionaron para la exposición El
fin de la historia... y el retorno de la pintura de historia (2011) en DA2,
Salamanca y para sus proyectos nuevos que unen la actividad artística con la
industrial y con los que retorna a sus orígenes.
En una actitud para mí sorprendente, ha elegido dos
obras que chocan en cierta medida con sus trabajos más emblemáticos. La primera
es una sensual interpretación del Nacimiento
de Venus, que tiene como protagonista a Megan Fox, y en la que juega un
papel destacado la espuma seminal de Cronos que dio origen a la diosa de la
belleza y del amor. La segunda una espectacular Manola. Una imagen de medio cuerpo en vaqueros y cazadora con una
camiseta roja que armoniza con los arabescos del fondo de la composición que
repiten la forma de una granada. Y dos contrapuntos: la peineta y la mantilla de
encaje, que entroncan con otros aspectos relacionados con su particular visión
de los ritos católicos en las celebraciones de la Semana Santa y un corazón
azul que introduce la nota de inquietud en el aparente anodino y convencional
conjunto.
Jonás
Fadrique expuso en el GaBe en 2012. Sus obras resultaban por aquellas
fechas excepcionales por lo arriesgado de su propuesta plástica. Es verdad que, en
algunas, el gestualismo tenía un papel determinante en la configuración de
desnudos, lejanos retratos… y que había, también, delicadas y agradables
impresiones con monumentos sobre papel realizado artesanalmente. Pero lo que
resultaba más llamativo era la conjunción entre ese papel y los elementos de desecho, latas oxidadas, que había
incrustado en él y que se hacían dignamente un
sitio en el ámbito artístico del que colgaban.
A partir de ahí, Jonás ha profundizado, cada vez más, en aspectos conceptuales en los que revisita algunos de los momentos de las
vanguardias de los años sesenta. Jonás, que vive y trabaja en París, no ha
perdido el contacto con el ambiente artístico vallisoletano. Se ha convertido
en una de las apuestas de la Galería Javier Silva donde tiene una exposición (Arcadia) y donde ya había desarrollado
(julio, 2014) un “work in progress” o “site specific”.
Realmente no existe posibilidad de encasillarlo en
algún género o en alguna propuesta dado que sus inquietudes creativas lo han
llevado por múltiples derroteros. Cada vez más se preocupa tanto por el aquí y
el ahora en sus más humildes realidades como por nuestra huella ecológica que,
sin ser eterna, termina por manchar de manera indefectible todo lo que nos
rodea.
Para nuestra exposición ha elegido tres piezas de
variopinta procedencia. Y tres propuestas a más diferente una de otra y ambas
de la tercera. En la primera deja claros aquellos aspectos con los que ya nos
llamó la atención en su primera muestra en el GaBe. Las otras dos se abren a
más posibilidades de interpretación, porque una obra de arte actual es,
siempre, una obra abierta que solo cumple su función cuando el espectador
proyecta su mirada y su intelecto sobre ella, porque la sola mirada no
soluciona los problemas que plantea la comunicación artística moderna.
Todos estos autores posmodernos saben mucha historia. Uno de los aspectos más sobresalientes de los jóvenes creadores es la mirada crítica y autorreferencial con la que se dirigen tanto a la realidad como al arte del pasado. Duchamp había definido una nueva forma de creatividad por medio del bautismo, nuevo supremo sacerdote de la estética, de sus “ready made”. Jonás nos presenta hoy su Columna que lo es por el modo en que se apilan las ruedas desgastadas de carritos de la compra como si se tratase de los tambores de un añoso y desgastado fuste. Pero no hay más que lo que se ve. El objeto creado no es una imagen que sustituya a nada sino que “es” en sí mismo y el espectador se sorprende porque piensa que más allá de la humilde rueda haya alguna idea trascendente que la eleve por encima del prosaísmo cotidiano, del ir y venir en busca del mejor precio que permita dar de sí, hasta donde sea posible, el magro estipendio familiar.
¿Arte político?
Probablemente arte micropolítico porque los grandes
discursos han perdido para estos jóvenes su significado. La crisis del 2007 ha
provocado heridas muy profundas en nuestra sociedad.
Pero también autorreferencialidad. Rastas es una
obra autobiográfica. Aunque uno no puede por menos que acordarse de la Cabeza de toro (1943) de Picasso o,
incluso, de las Máscaras de Romuald
Hazoumé, hay en la propuesta de Jonás suficientes ecos para considerarla un
enigmático autorretrato aunque sea solamente de aquella parte que durante no
pocos años lo definió formalmente. Y ¿no
es acaso la forma aquello que sirve para individualizar la materia? ¿No es la
base diferenciadora de las artes? ¿No es el campo primero con el que el
artista, a pesar de toda su carga teórica, manifiesta su creatividad?
Berta Santos,
sin haber concluido sus estudios, debutó en la gran liga artística de nuestra
comunidad exponiendo en el Museo de arte español contemporáneo Patio
Herreriano. Ahora, abandonadas definitivamente las aulas madrileñas de la
Autónoma nos presta dos cuadros (permitidme que me quede con el que hemos colocado
en el ventanal de nuestra sala) para dejar constancia de su paso por nuestras
aulas.
Berta nos plantea un problema formal, lo que no
podía ser de otro modo tratándose de
arte. En sus trabajos convergen tres tendencias. Por un lado la
expresionista abstracta que, derivada en gran medida del surrealismo y de la
abstracción lírica de la primera mitad de siglo XX, enseñoreó (de 1945 hasta
bien entrados los setenta) las galerías de todo occidente bajo nombres como
“action painting”, informalismo, “tachisme”… Por otro el recurso a materiales
de desecho propios de tendencias como el “Arte povera” que entroncaba con algunas propuestas del Pop (las relacionadas con el recurso a lo real) y con
otras conceptuales y, por último, un firme compromiso ético en defensa de
aquello humano que parecemos perder a golpe de reformas antisociales.
Los planteamientos de Berta, cargados de teoría, son tanto éticos como estéticos. Es verdad que todo arte –como decíamos
en el caso de Jonás- es, y ha sido, político. Por lo que dice (en la menor
parte de los casos, porque el artista ha sido relegado en no pocas ocasiones al
mundo de lo superfluo) como por lo que
calla. La diferencia entre el arte de ayer y el de hoy estriba, a mi entender,
en los grados de responsabilidad individual que el artista está dispuesto a
asumir. Y Berta, por ahora, no parece tenerle miedo a manifestar su desazón por
un estado de cosas que no le gusta. No puede soportar la pobreza urbana; no ha
conseguido acallar su conciencia frente al malmorir de los indigentes que nos
encontramos cubiertos por cartones en ¡qué ironía! los cajeros automáticos de
los bancos.
Ese cartón humilde, más que el informalismo del que
partía –pongamos por caso- Tapies en sus creaciones fundamentalmente
esteticistas, es la respuesta a la duda de Marie-Dominique Popelard: “La pregunta no es
qué es el arte, sino qué puede hacer”.
Pues esto, de forma apasionada, radical y violenta que
contradice la aparente dulzura de su gesto es lo que hace hoy Berta.
Contemplar las obras de Paula Gutiérrez nos ayuda a reflexionar sobre lo relativo de los procesos de aprendizaje en la adolescencia. Parece un axioma incuestionable que la inteligencia no es una sino múltiple. Este tópico, tan querido por la nueva pedagogía, lo que viene a significar es que dentro de la unidad del ser humano, las infinitas relaciones que establece con su propio cuerpo y con el entorno social y natural en el que se desarrolla exigen habilidades distintas y, en no pocos casos, contradictorias.
Quienes hemos visto casi flotar a Puli por aulas y
pasillos intentando con sus monigotes comprender y aprehender la Historia de
España; quienes la hemos tenido en clase de Historia del Arte casi como un
personaje de manga y que, con su mirada soñadora y tímida, nos haya obsequiado
con un retrato a lápiz de acabado casi fotográfico mientras a duras penas iba
aprobando asignaturas (un año dos, otro tres…) quizá no estuviéramos muy
convencidos de si en algún momento despertaría de su letargo de crisálida.
Y hoy se nos presenta con sus estudios de animación
a punto de concluir, con sus prácticas en la Paramount, con esos dibujos que
cobran vida por la magia de una técnica que no es campo habitual de mujeres y
con la autoestima propia de quien, por fin, sabe lo que quiere y dónde va a
encontrarlo. Y pensamos si nuestra competencia y nuestra actitud ayudaron al
desarrollo de nuestra antigua alumna. Y ¿cuántas “paulas” hay ahora mismo en
nuestras aulas? ¿Cómo podemos detectarlas? ¿Hasta qué punto este sistema
educativo está preparado para atender semejantes especificidades?
La eclosión artística de Paula es un interesante
campo de reflexión para quienes todavía seguimos enseñando y una alegría para
todos aquellos que, sin estas preocupaciones profesionales, se acerquen a su
trabajo actual.
Jimena Agra es
otra emigrante a la búsqueda de su realización personal. Más lejos que Víctor
Hugo (Piacenza, Italia) o Jonás (París) los ojos de Jimena, que ahora se llenan
de la luz de Los Ángeles (California) están íntimamente unidos al bachillerato
de Artes porque fueron sus ojos, en el doble sentido de la propiedad, con los
que publicitamos en el Delicias estos estudios. Ahora reflexiona, partiendo de
su propia imagen, sobre temas de identidad a la que accede desde múltiples
disciplinas artísticas.
Las obras que exponemos, un óleo sobre lienzo y dos
sanguinas, lavadas, están en la base de estas búsquedas en las que transmite en
un caso, óleo, una sutil y elegante sensualidad y en los otros, las sanguinas,
la expresividad de un cuerpo que se cierra en sí mismo en dramático e
indescriptible aislamiento.
De Rut
Pedreño recordamos, perfectamente, su impresionante capacidad para el
dibujo y su inteligencia a la hora de captar las peculiaridades artísticas de
los estilos de las vanguardias.
Se ha decantado, definitivamente, por el comic (podemos destacar, al respecto, el “webcomic” Federick´s House) y la ilustración. En este último campo convendría hacerse eco de Ladrillazo un proyecto interesantísimo en cuanto al proceso (ideado por Francisco Fernández en colaboración con Alejandro Pérez y puesto en pie gracias al crowfunding) y en cuanto al resultado cuyo aspecto visual ha corrido a cargo de Rut Pedreño (en colaboración con el también ilustrador Joaquín Aldeguer) en una actividad en la que se relaciona lo estrictamente artístico con la crítica económica y política más descarnada.
Llama la atención el alto nivel de profesionalidad
de Rut a la hora de enviar sus trabajos para esta exposición, para la que ha
elegido una significativa muestra de sus habilidades como ilustradora. Un ojo
atento podrá encontrar similitudes en las obras relacionadas por parejas y
gracias a ello puede apreciarse la variedad en el uso del color y del grafismo,
el alto grado de abstracción que exigen algunos de sus aparentemente sencillos
trabajos y el cuidadoso aspecto final de sus creaciones.
Laura Reyes,
la más joven de la selección, estudia en Salamanca después de haberse graduado
en el instituto el año pasado en el Bachillerato de Investigación/Excelencia en
Artes con la calificación de Matrícula de Honor. Perfectamente consciente de lo
que quiere, lo es también del punto en el que se encuentra su actividad
plástica.
Su obra no está definida aún por un estilo, técnica
o contenido concreto (su proyecto de investigación en el Biex versó sobre el
Yunk Art). El dibujo para ella no tiene secretos porque lo ha practicado desde
muy niña. Este dominio hace casi natural que se encuentre muy cómoda en una
formulación que podría considerarse como académica, sin embargo pronto
aprenderá que el “academicismo” a la altura del siglo XXI en la que nos
encontramos es otra cosa.
En esa misma línea es explicable su interés por el
retrato y la práctica hiperrealista pero no tardará en afrontar, aunque sea en
sus trabajos de clase, la importancia del informalismo como el camino para
descubrir lo esencial del lenguaje plástico.
Mientras tanto nos ha prestado tres obras. Dos
dibujos que pueden parecer semejantes, pero en las que existe una clara
diferencia tanto en su composición como en su expresividad y una escultura.
En los dos primeros hace gala de un virtuoso manejo
de carbones y pasteles cuyo grafismo puede pasar tan desapercibido al
espectador que le habrán parecido fotografías. Y no andará muy desencaminado
porque para una de ellas ha usado, en un detalle muy particular de
apropiacionismo, aunque quizá no era entonces consciente de ello, una instantánea
de Lee Jeffries produciéndose así un cierto efecto de ida y vuelta: Jeffries,
en sus fotografías, intenta proporcionar a sus retratos un acabado
pictorialista y Laura, con el carbón, logra un acabado fotográfico en sus
pinturas.
La otra obra es un objeto más complejo, quizá más
literario, afín al surrealismo del que, sin descartar el ingenio y el trabajo
intelectual con el que trata de plasmar en las cuatro caras del cubo (mirar,
ver, percibir, contemplar) el proceso de integración de las sensaciones
visuales, me interesa destacar más el pulcro, metódico y perfecto acabado.
Laura es, afortunadamente para nosotros, algo más
que una promesa a la que, desde ahora mismo, hacemos un hueco en el GaBe.
Concluimos.
Quizá, empiezas escribiendo algo y al final, te
termina saliendo otra cosa diferente. Quizá esto no sea una crítica. Tampoco
nos importa mucho el resultado porque tanto como al instituto Delicias al que
los artistas están unidos también lo están a nuestro propio trabajo. Al final,
no solo nos retratan nuestras obras. También lo hacen las de todos aquellos a
quienes hemos ayudado a descubrir su camino en la vida.